Tiempo libre en verano
Inundados de experiencias no dejamos que nada permee en nuestro corazón y es fácil tener la sensación volver de vacaciones igual que nos fuimos. Nuestros momentos de descanso pueden ser muy estériles y estoy convencida de que nada nos deja indiferentes: todo nos afecta para bien o mal. Por ello, me parece importante revisar como vivimos nuestros momentos de descanso y tiempo libre.
Si me pongo a recordar mis veranos de niña, sin ánimo de romantizarlos, me doy cuenta que en ellos había algo que propiciaba verdaderamente el descanso y eso era estar en casa de mis abuelos. No me refiero al lugar físico, sino a ese compartir con quienes de verdad hay amor. En esos veranos vi que el descanso no es la inactividad, si no el cambio de actividad y de mirada: sin prisa, sin estar encorsetado y siendo con quienes se ama. Eso lo cambia todo, descansamos cuando a alguien le brillan los ojos por nuestra simple presencia y es en esa comunión que nos sentimos en casa y recuperamos fuerzas. Descansamos no cuando vivimos para nosotros mismos sino cuando vivimos en una comunión de amor de entrega mutua.
En esos veranos también descansábamos porque teníamos tiempo de aburrirnos. Habituados a tener un horario rígido, en verano había espacio para el aburrimiento y, por tanto, para la contemplación. En esa contemplación nuestro corazón saltaba asombrado al percibir algo que era bueno. No se trata de contemplar el atardecer que alguien ha subido en redes y ves por una pantalla, si no de buscar en tu realidad eso que es maravilloso y atesorarlo. Debemos buscar espacios que animen a esa contemplación en lo extraordinario y entrenar nuestra mirada para ser más atenta y capaz de percibir esas fascinantes sutilezas al volver a nuestra rutina. Dar un paseo, ver un atardecer, saborear una fruta fresca, mirar el firmamento, las abejas o sumergirnos en el fondo marino y compartir con los nuestros.
Compartir y contemplar favorecen el consolidar. La prisa mata el alma y en vacaciones también tenemos la oportunidad para dedicarnos a hacer balance de quiénes somos, dónde estamos y hacia dónde queremos caminar. Animo a adoptar hábitos de oración y lectura que ensanchen el alma y la predispongan a un mayor acercamiento a Él para que, consolidando un poco más esa relación, al volver a la rutina, recordemos que no descansamos en un lugar sino en una Persona con quien compartes y a quien contemplas.
¿Qué sentido tiene el tiempo libre si no es para hacer que nuestro tiempo sea libre en Él?
Artículo escrito para la revista Ecclesia.
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