Esperar al amor en el banquillo



Me encuentro constantemente hablando con amigos que dicen estar solteros desde hace mucho tiempo. Sin embargo, ¿verdaderamente lo están? ¿Es estar soltero pasar la semana entretenido entre estudios, trabajo, deporte y amigos y salir el fin de semana y tontear o besarse con alguien de forma sistemática? (digo besar porque me repugna la idea de “pillar” o “liarse” porque separa el hecho de la persona y no puede separarse por mucho que queramos, ese es otro tema). Yo creo que no. Vivir una buena soltería no es estar solo a nivel de compromiso pero actuar como un mendigo afectivo o dependiente emocional. ¿Verdaderamente un soltero que va teniendo “líos” por la experiencia y las emociones positivas que eso le genera está viviendo su soltería enfocandose en el amor? Creo verdaderamente que actuar así es muy frecuente en nuestro tiempo y es señal, precisamente, de no saber estar solo por mucho que no afiance compromiso con alguien. Alguien podrá decirme que quizá es que con ninguno/a ha cuajado la cosa pero, seamos sinceros, cuando alguien tiende a actuar así ¿tiene el foco puesto en la persona que tiene delante y en amarla por lo que es con su plena dignidad o en el placer que le da él/ella? ¿Para qué das un abrazo? ¿Para darlo o para recibirlo? Debemos ser muy honestos con esto porque en esa pregunta está la base de todo. Si la respuesta sincera es la segunda opción, que suele serlo, hay mucho que trabajar. Hay que ver qué nos impide tener el norte en su sitio y estar desenfocados en lo que es la tarea más importante de nuestra vida: ser honestos con nosotros mismos y con los demás para poder amar. Para vivir esta etapa desde la sinceridad con uno mismo debemos poner en el centro de nuestra vida construirnos desde la raíz para poder ofrecer lo mejor de nosotros mismos. Todos tenemos más o menos claro que casarnos es decir sí a entregarse a una persona. Pero… ¿y estar soltero? Me atrevo a decir que también lo es. La vida va de dejar que la eternidad nos alcance a cada instante, va de conectar el Cielo con la Tierra en lo más ordinario. Si yo no sé quien soy estando solo ¿cómo pretendo alcanzar esa felicidad o plenitud con un otro? Los buenos noviazgos y los buenos matrimonios los tienen aquellos que han sabido vivir bien su soltería. Es para aquellos que se han sabido entregar a los demás en su día a día. La soltería es una gran oportunidad para conocerse, mejorarse y aprender a amar nuestra realidad y a los que tenemos cerca. Es también una oportunidad para descubrir la belleza de nuestra sexualidad entendiéndola desde su verdad y profundidad. Es una oportunidad para ejercitar el dominio de sí y fortalecer nuestra voluntad que tanto nos falta a veces a los jóvenes. A amar se aprende amando y yo aprendo a amar al otro en mi día a día, hoy desde ya, con mi realidad y cotidianidad, en el hoy. Cogiendo el protagonismo de mi vida. Siendo muy consciente de que si mi realidad es la que es a día de hoy es porque no existe nadie mejor que yo para amarla, cuidarla y custodiarla con lo que tengo ahora, con lo que soy ahora. El héroe se forja en lo cotidiano: para poder matar dragones hay que hacerse bien la cama todos los días.

No pensemos tampoco en el otro como un premio. “Cuando rece noventa rosarios y ochenta novenas, cuando vaya todos los días a misa, entonces aparecerá”. No, el otro no es un premio que conquistar. El otro va a ser la ayuda adecuada -que no perfecta- para mí y mi relación con Dios. No pongamos de entrada, tampoco, ese gran peso en el futuro novio/a. El otro es limitado, y jamás un premio. Es alguien único e irrepetible con quien te vas a encontrar y con quien vas a compartir no es un alguien a que conquistar o conseguir. Cada persona es un don para ser cuidado, valorado y amado. 
Y no, tu condición de soltero/a no es un castigo por tus pecados pasados. Y tampoco significa que valgas menos que tus amigos/as hermanos/as o que no seas digna de ser amado/a. Estás en la ocasión perfecta para empezar a amar desde ya, crecer en ese amor y ser feliz amando. Entrégate al que sufre, al que tienes al lado, aprende a ser un buen amigo, un buen hijo, cuida a los que tengas cerca, aprende a salir de tu zona de confort, ponte retos que te ayuden a crecer, lee libros que te construyan y que al terminar de leerlos te hayan ayudado a amar más y mejor a los que te rodean. Sé feliz estando solo. Trabaja tus heridas y tus miedos. Sé muy libre. Elige la realidad que te toca ahora y toma el protagonismo de ella. Sé libre de verdad y usa tu condición y situación para aspirar a grandes metas con nobles horizontes.

«No se trata de volverse pasivo y «tragárselo» todo sin pestañear. Pero tenemos la experiencia de que, sean cuales sean nuestros proyectos o nuestra cuidadosa planificación, existen multitud de circunstancias que no podemos dominar y multitud de acontecimientos contrarios a nuestra previsión, nuestras aspiraciones o nuestros deseos, que nos vemos obligados a aceptar.
En este sentido, creo que lo más importante es no contentarse con aceptarlas a regañadientes, sino aceptarlas verdaderamente. No limitarse a «sufrirlas», sino —en cierto modo— «elegirlas» (incluso cuando no tenemos otra elección, cosa que nos contraría aún más).
Aquí elegir significa realizar un acto de libertad que nos lleve, además de a resignarnos, a recibirlas de forma positiva. Cosa nada fácil, sobre todo cuando se trata de pruebas dolorosas, pero sí un buen método que debemos decidirnos a poner en práctica con la mayor frecuencia posible y con una actitud de fe y esperanza.
Si tenemos la fe suficiente en Dios para creer que Él es capaz de extraer un bien de todo lo que nos ocurre, así lo hará: Que te suceda como has creído, dice en varias ocasiones Jesús en el Evangelio».
Jacques Philippe en La Libertad Interior

Para esperar el amor sin idealizarlo lo que hay que hacer es no vivir esperando sino abrazar la espera desde la verdad. Tu valor no está en tu estado civil sino en la certeza de que eres hijo amado de Dios. No podemos pretender vivir en la sala de espera o en el banquillo hasta que nos toque a nosotros. Voy a tratar de explicarme. Como nuestra vocación es al amor, a entregarnos, a compartir, a estar en relación con un otro, es normal idealizar la situación en que teóricamente esa vocación se concrete. Sin embargo, tenemos que tener muy claro que ninguna persona va a llenar jamás nuestro gran anhelo de plenitud y comunión con un otro. ¿Por qué? Porque nuestro deseo es infinito y las personas son finitas, porque las personas son limitadas aunque puedan suscitarnos eternidad. En nosotros mismos experimentamos constantemente nuestra finitud cuando nos encontramos con nuestros límites, fragilidades, vulnerabilidades. Un ejemplo que creo que puede ayudar a ilustrar eso que quiero decir es el siguiente: a mí que me encanta recibir flores recibo un día en casa un precioso ramo de flores: peonías rosas, margaritas blancas, rosas naranjas, claveles fucsias,… un espectáculo para la vista y para el olfato. ¡Me pongo superfeliz! y me encuentro deleitada, fascinada, por esas preciosas flores, esos colores, esos tonos, ese olor…
 Tan deleitada por el ramo que se me olvida que el ramo se marchita y que el ramo es un signo, de hecho, “EL signo”. Si levanto la mirada del ramo, veré que lo que importa de esa preciosa creación floral es la persona que lo ha pensado para mí y me lo ha regalado, con todo su cariño, como señal de cuanto me quiere. Las flores se marchitarán pero ese gesto permanece porque lo que importa no es el ramo en sí, sino que el ramo me permita levantar la mirada y saberme bendecida por la persona que me conoce y me quiere. ¿Qué quiero decir con esto? Que cuando pensamos en el amor, cuando estamos enamorados, esa creación humana, esa persona limitada e imperfecta, es un signo que refleja el amor tan grande que Dios me tiene. El otro es un don pero es signo, no es Dios. No puedo poner el peso de Dios en los hombros de alguien que es humano. Esa persona, con sus imperfecciones, historia, heridas, costumbres, temperamento y personalidad es un signo que puede ser vehículo de ese amor tan grande que Dios tiene por mí desde su lugar y desde su realidad: con su forma de relacionarse con el mundo, de vivir y de amar. El ramo de flores tendrá algún bicho, espinas e incluso algún pétalo marchito. Si nos centramos en él incluso quizá no es tan bonito ni huele tan bien, pero miremos hacia arriba, ahí está la clave en ese gran reflejo y gran signo que es el otro del amor de Dios por mí. Por ello, para esperar el amor sin idealizarlo tenemos que aterrizar y ser muy conscientes de que ese anhelo de ser amados tan grande que tenemos no lo va a llenar un otro porque nuestro anhelo solo lo va a poder llenar el amor de Dios. Y, ¿entonces por que cuando estoy enamorada siento que esa persona me va a dar la felicidad absoluta? Porque esa persona tiene en ella ese reflejo del amor de Dios. Todos somos seres finitos con capacidad de suscitar infinitud porque tenemos la marca de Dios dentro. Seamos realistas entendiendo que el amor humano es el encuentro de dos límites que juegan, si querer, a suscitarse infinitud porque estamos muy bien hechos.

Llevo casi 28 años soltera y nunca había vivido tan bien mi vida como ahora que entiendo de que va esto y quien soy yo.

Nuestra vida es una breve oportunidad de decir Sí al Amor de Dios. No desperdicies ni un segundo. Empieza a amar, no esperes en el banquillo. 


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