Mirarnos más el ombligo
Rescatando un texto que escribí hace tiempo…
Si nos miraramos más el ombligo viviríamos más agradecidos, más tranquilos y más en verdad.
No hay nada que me parezca más bonito y verdadero que ser en relación con alguien. Que tu definición sea la relación con alguien que te precede, que te ha primereado, cuidado y dado la vida no solo es verdad sino que nos hace mucho bien recordarnos así.
Que mi madre me presente diciendo “es mi hija” no me quita valor, me lo reafirma. Soy en relación con ella. Soy por ella. Recordar que esa relación es constitutiva de quien soy y forja mi identidad me hace ganar en libertad. Soy en relación con otro y esa es mi verdad.
Mi ombligo me lo recuerda cuando me lo miro. Mirarse el ombligo, más que un gesto característico del narcicista puede ser un gesto revolucionario en nuestro tiempo. Ese gesto puede llamarte a la gratitud por recordarte que eres gracias a que alguien te abrazó en su seno. Ese gesto puede recordarte que estuviste más de 9 meses dependiendo felizmente del cuidado de alguien que te protegía y esperaba con ternura. Alguien que era sin ti pero que decidió ser contigo.
Probablemente el drama de la posmodernidad es precisamente que no nos mirarnos mucho el ombligo. Lo damos por hecho. No dejarnos interpelar por él es nuestra perdición.
Que el mundo te recuerde quien eres en relación con otro por una promesa de amor es un regalo. Y que tu cuerpo te lo recuerde a cada instante no es casualidad.
Sin querer, lo primero que reconocemos de pequeños es que somos hijos de nuestra madre. Reconocemos que tenemos una madre que nos cuida y quiere y eso forja nuestra primera identidad. Por eso nuestra primera palabra es casi siempre "mamá". Yo recuerdo esta palabra cada vez que me miro al ombligo. Ahí, aún estando lejos de ella, siempre está mi verdad primera: ser la hija de mi madre con todo lo bueno que eso conlleva.
Si nos miraramos más el ombligo seríamos necesariamente más agradecidos y viviríamos más en verdad.
Feliz día de la madre.
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