No es tan difícil

A ver como digo esto sin que se me malentienda. Lo que quiero decir es que de un tiempo hacia aquí he visto claro que vivir no es tan difícil por mucho que lo pueda parecer.

Sé que por esta pantallita puede parecer que vivo una vida donde aparentemente todo está bien. «¡Qué suerte esta chica!» pensarán algunos. Y sin dar muchos rodeos, sí, tengo mucha suerte pero no por lo que pueda parecer. Los que me conocen de siempre saben bien que mi contexto no ha sido siempre ni es a día de hoy de color de rosa. Durante años he luchado por mejorar el contexto en el que estaba para que se convirtiera en aquel que mi corazón reclamaba, en aquel que yo merecía. Quizá no se notaba externamente pero luchaba con todo y contra todo porque yo merecía unos padres ideales, unos abuelos ideales, unos amigos ideales, una casa ideal en un barrio ideal, un cuerpo ideal, unas vacaciones ideales, una hermana ideal, una historia ideal, una vida ideal. Me frustraba, indignaba y me parecía muy injusto que yo no tuviera todo eso que yo merecía. Luchaba día y noche por conseguir que mis padres, abuelos, amigos, casa, vacaciones, cuerpo, hermana y vida se acercaran un poco a mi idea de ideal. El agotamiento de no lograr cambiar mi contexto me sacudía y gracias a ese ahogamiento me rendí y me di cuenta de que en ese querer que todo fuera ideal me había quitado a mí misma del medio. Mi insatisfacción había decidido tirar balones y responsabilidades fuera. Me topé con una mirada viciada, muy superficial, y con un corazón quebrado incapaz de acoger o hacer un buen análisis de aquello que me descontentaba. Yo no era la protagonista de mi vida (aunque creía que sí) ni tampoco era libre verdaderamente. Buscaba fuera lo que estaba mal dentro de mí. 

Sin ir más lejos, y diciéndolo pronto y mal, mi mirada pasó a reconocer que la lucha debía darse en mi corazón a cada instante y que el enfoque de esa lucha era tener una mirada enfocada a la verdad y un corazón abierto a acoger. Que mi libertad y protagonismo dependían del resultado de la batalla campal que se vive en mi corazón a cada decisión que he de tomar. Que si yo tengo una realidad, por más dura o incomoda que sea, es porque no existe nadie en el mundo mejor que yo para custodiar esa realidad, que debo tomar protagonismo en ella y florecer donde se me planta. Que en el fondo se trata de florecer donde se te ha plantado aunque sea en el arcén de una carretera regional abandonada. Me di cuenta de que vivir era sencillo porque eres tú contra y contigo mismo (es evidente que nadie te conoce mejor que tú). Que tenemos la libertad de dejar de ser esclavos y de ser lo que estamos llamados a ser en cada momento. De reconocer y acoger nuestra identidad y de vivir cada realidad que se nos presenta en esa clave de don que nos define como humanos y que podemos reconocer en nuestra vida personal.

Cuando te das cuenta de que ser persona tiene que ver con el ser y los verbos que lo acompañan (amar, acoger, entregarse) te das cuenta de que la libertad es un trampolín para poder vivir la vida de una forma mucho menos difícil. Porque tomar las riendas de tu vida no es otra cosa que decidirse a amar de verdad. Lo demás son cuentos mentirosos.

Si hoy hay paz en mi vida es porque la lucha va por dentro a cada instante y es una lucha entre ser lo que debo ser y querer que las cosas sean como yo quiero que sean. En esa lucha intento ser muy libre y decidir que gane la verdad y es así como, sin darme cuenta, acabo ganando yo y las realidades y personas que se me han confiado.



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