"Aún no has visto nada"

He estado de nuevo en una escapada de Hakuna y vuelvo a decir que es como un pequeño master de vida. Tras un año con horarios, rutinas, días planificados casi al minuto y poco margen a la improvisación que se aleja de mi control, me he embarcado en una aventura con más jóvenes en Marruecos. Las condiciones físicas en las que suelo vivir mi día a día son de lo más confortables. Ante cualquier situación con un poquito de inseguridad o incomodidad física tengo a la vista un alivio fácil, un hogar al que acudir.

Las condiciones en las que hemos vivido estos días podrían parecer de lo menos atractivas para cualquier con ganas de disfrutar de las vacaciones. Hemos hecho largas caminatas bajo un sol de justicia a más grados de los que puedo recordar, hemos disfrutado de dos gotitas de agua caliente que a penas daban sensación de saciedad, hemos usado vasos como cuchara cuando comíamos o hemos comido, directamente, con las manos. Hemos cocinado a contra reloj para trescientos. Hemos sentido las ampollas como clavos en nuestros pies y hemos sufrido mucho peso en nuestras espaldas. Nos hemos desconcertado por no saber que era lo siguiente que nos iba a tocar o si íbamos a dormir en el suelo de nuevo esa noche. Hemos soñado con el agua fría y nos hemos deleitado con un sorbito de algo similar a un caldo de pollo sin sabor. Nos hemos vestido con ropa sucia y arenosa y duchado con mangueras que funcionaban intermitentemente. Hemos tratado de organizar una fiesta temática en un descampado con 4 palos y 10 frontales. E, incluso yo, he sido capaz de beber un sorbo de cerveza que tan poco me gusta simplemente porque estaba fría. No he sabido en que día vivía ni que hora era. He dormido en el suelo unas 4-5h de media. Y todo el rato se me repetía la frase: “aún no has visto nada”.

En ocasiones he esperado no tener que ver mucho más. Sin embargo, mientras vivía esos días tuve la oportunidad de prestar atención. Y ahí, aunque probablemente todavía no hubiera visto mucho, sí pude reconocer cosas interesantes.

Que en las situaciones de más cansancio una sonrisa sincera y cómplice te devuelve a casa. Que el equipo cocina se desvivía para que yo tuviese agua y cocinaba bailando a pesar del cansancio el mayor de los manjares. Vi que el alivio que sentían algunos cuando les curaba las ampollas tenía más que ver con el corazón que con los pies. Que se puede estar muy cansada y ser muy feliz si alivias antes el cansancio del de al lado que el tuyo. Vi cada entrega que había en lo escondido para que yo pudiera disfrutar de esa excursión y el cariño detrás de esa homilía que tanto me llegó. Y el cariño puesto en cada piedra de ese altar que nació de la nada. Vi que debo mostrar amablemente el camino al oasis a quien esté sediento en el desierto. Que cuando piensas que ya no puedes admirar más a un amigo te sorprende de la forma más creativa y le puedes admirar aún más. Que no saber dónde estás no importa mucho si estás bien acompañado. Que es un milagro que alguien te espere para ir contigo y a tu ritmo cuando tu vas más lenta. Que un abrazo alivia más que un masaje en la espalda. Que si el corazón está bien el cuerpo tira. Que la hospitalidad, la alegría, la música y la sonrisa son llaves. Que está bien conocer tus límites y parar a tiempo y dejarse cuidar por quienes te quieren. Que un cielo estrellado te reconcilia con todo. Y que el mejor de los colchones puede ser la esterilla que te han dejado cuando la tuya estaba pinchada.

Que es la eucaristía quien me recoloca en mi lugar y me recuerda que no importa donde esté ni quienes me acompañen porque siempre estoy donde debo estar y con quien tengo que estar.

Que si tengo alguien cerca es porque no existe nadie mejor que yo para encargarme de anticiparle el Cielo que tanto merece sea cual sea la situación.

Y eso que aún no he visto nada.

Existe un mundo que todo el mundo quiere que exista y tengo el deber de anticipárselo a quien tengo al lado.



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