Ese primer abrazo
Ya en el seno de nuestra madre buscamos un amor incondicional, un amor eterno.
En el momento del parto, el niño que estaba cómodo y a gusto en el vientre de su madre, con sus necesidades satisfechas, nace a un mundo desconocido, inhóspito, y lo primero que hace es llorar.
¿Os habéis dado cuenta de que lo primero que se le hace a un recién nacido es cogerle y ponerle en el pecho de su madre para que lo abrace?
Ahí veo un gran signo. Nacemos a un mundo desconocido, inhóspito, por eso lo primero que hacemos es llorar, tenemos miedo. Ese poner al bebé en el pecho de su madre es un gran signo.
Cuando el hombre se siente, lo que realmente es, pobre, desvalido, indigente, ante un mundo desconocido, sin embargo, recibe un abrazo para decirle: hay alguien aquí que te acoge, que te quiere, que te sostiene, no te asustes, no tengas miedo, porque aunque el mundo sea ahora mismo para ti desconocido, alguien te está esperando. Pienso que eso que nos ocurre nada más nacer: esa indigencia, esa pobreza, ese miedo, ese llorar pero a la vez el abrazo, de alguna manera va a simbolizar lo que nos va a ocurrir toda la vida. Vamos a tener experiencias que nos superaran, a poco de realistas y humildes que seamos veremos que nos supera la realidad y habrá momentos en particular donde lo que nos saldrá es llorar, angustiarnos: una gran frustración, un gran fracaso, la muerte, una enfermedad seria... pero a la vez vamos a buscar la prolongación de ese primer abrazo. Alguien que en medio de la soledad, que en medio del dolor, que en medio de esa dolorosa circunstancia, nos sostenga y nos diga: “aunque esto sea así, tranquilo; yo estoy contigo”. Alguien que nos comprenda, que nos anime, que nos cure. Creo que desde el nacimiento a la muerte tenemos miedo a la soledad y al desamparo.
Ese primer abrazo nos reconforta como los siguientes que nos acompañaran en el sufrimiento porque, en cierto modo, nos hará intuir cual es nuestro verdadero hogar.
Decía Rilke:
Esta es la paradoja del amor entre el hombre y la mujer: dos infinitos se encuentran con dos límites; dos infinitamente necesitados de ser amados se encuentran con dos frágiles y limitadas capacidades de amar. Y sólo en el horizonte de un amor más grande no se devoran en la pretensión, ni se resignan, sino que caminan juntos hacia una plenitud de la cual el otro es signo.
Rainer María Rilke (1894-1925)
Si por un lado el hombre se hace esas grandes preguntas y busca el sentido último de todo también el hombre tiene ese deseo de un amor incondicional. Ese niño pequeño que es abrazado y ese abrazo le dice: "tranquilo yo estoy contigo"... ese abrazo lo vamos a buscar toda la vida: en nuestro padres, amigos, hermanos, en el amor de novios, en el matrimonio, en nuestros padres ancianos. Siempre vamos a esperar ese abrazo.
Pero también, nos encontraremos que ese abrazo humano no responde, no sacia por completo, ese anhelo de ser perfectamente abrazados. Muchas veces vamos a tener la experiencia de una desproporción entre el deseo de ese amor incondicional y lo que vamos a recibir.
"Dos infinitamente necesitados de ser amados". Es decir, por desear, todos desearíamos que alguien siempre se acordara de nosotros, que siempre nos comprendiera, que nos ayudaran... ese deseo es ilimitado pero ese deseo se encuentra con una frágil y limitada capacidad de amar. Y le pasa al niño pequeño que ha mitificado a sus padres y en la adolescencia se da cuenta que también los padres tienen limites, defectos, no lo saben todo y le fallan... y en tantas ocasiones. Siempre hay una cierta decepción en las relaciones humanas. Aquella persona que parecía que siempre te iba a ayudar te falla... Endiosamos al otro y el otro no es Dios. Hay una desproporción desilusionante entre lo que deseamos y lo que encontramos. Sin embargo, hay signos que nos hacen intuir que la esperanza de que esos deseos se realicen no es vana. Como ese primer abrazo y los que le siguen.
Carla
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