Pequeño relato de la comida de Navidad
Hacía demasiado tiempo que era adulto y se le había olvidado como ser niño, se le había olvidado como ser hijo.
Esa Navidad, se levantó entre los segundos y el postre y se dirigió a ver el pesebre que cada año ponían en el bufé por tradición.
Mirando el pesebre, mirando a ese bebé que el mundo solía adorar en ese día, se dio cuenta de algo que ya sospechaba: no entendía nada. ¿Para qué adorar a un niño nacido en un establo? ¿Cómo podía aquél hecho, para nada único a sus ojos, haber cambiado la humanidad? ¿Por qué y para qué si Dios existía iba a hacerse un bebé? ¿Qué sentido tenía que ese bebé fuese hijo del “Padre”? ¿Qué tenía eso que ver con él?
Pensó que en aquella estampa sencilla de un bebé recién nacido en la pobreza había algo demasiado complejo y rebuscado como para que eso se rememorara 2000 años después. Decidió dejar de pensar en todo aquello. Tampoco era mucho de pensar.
Así que se dirigió a la mesa otra vez. Recordó los tiempos en los que su padre estaba en la mesa. Cogió otro Ferrero Rocher y se puso a escuchar de nuevo a su cuñado polaco que seguía contando sus éxitos como nuevo ejecutivo de su empresa. Envidiaba sus éxitos y sobretodo que cuando los contara todo el mundo escuchara con atención y asombro. No soportaba que le dijeran siempre a su cuñado: “¡qué grande eres!”. Él también quería ser magnánimo y que le reconocieran sus éxitos aunque no tuviera muchos ni tan destacables como los de su cuñado. Ya no sabia que tenía que hacer para ser “grande”. Incluso era también el tío favorito de sus sobrinos por sus malos chistes y por tirarse en el suelo a jugar con ellos. Siempre había pensado que tenía muy poco saber estar, no tenemos edad para tirarnos al suelo y hacer el tonto con los sobrinos, pensaba. No soportaba que él tuviera un espíritu tan joven a sus 54 años. Y que pareciera tenerlo todo bajo control sin controlar mucho. Como si tuviese la “fuerza” de su lado. Se recordaba siempre que él era solo un tipo algo infantil pero con mejor suerte. Pensaba que igual él debía esforzarse más para que la suerte estuviera de su lado.
Ese año, mirar al niño Jesús del Belén tampoco le abrió el corazón. Pero cada vez estaba más cerca de descubrir que lo que representaba el pesebre tenía un impacto fundamental en su vida y en su grandeza. Otro año sería.
Nuestro amigo aún no sabía que en ser hijo recaía su verdadera identidad. Y que el niño Jesús del pesebre quería recordarle que es hijo, que es criatura.
Como él vivía siendo adulto pero sin recordarse hijo no era consciente de que lo único que tenía que hacer para ser grande era ser pequeño. Ser pequeño y dejarse hacer. Como hacen los niños. Como hacían con él sus hijos.
Nuestro amigo, por no querer pensar demasiado, ese año tampoco se descubrió en Belén. Por no querer ser niño, por no querer vivir siendo hijo, por querer hacer demasiado, se conformó con vivir, un año más, profundamente desorientado y envidiando a su cuñado polaco.
Quizá el año que viene.
Carla
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