La belleza de ser libre
Pocas cosas atraen más al ser humano que la conquista de la libertad. No sé si en otras épocas se ha hablado tanto de libertad como en la nuestra. Probablemente sea el mayor punto de unión entre el cristianismo y el mundo actual. Si bien es cierto que en la actualidad se ha desvirtuado el valor originario de la palabra existen grandes movimientos dispuestos a seguir conquistándola, signifique lo que signifique ese vocablo. Me atrevo a decir que en nuestro tiempo gozamos de grandes libertades pero sufrimos la peor de las esclavitudes. Tras diferentes luchas por la libertad en el siglo XX y XXI, el deseo de ésta continúa manifestandose en todos los ámbitos. Seguramente se habla tanto de libertad porque, incluso después de todos los “progresos” conquistados, incluso ahora que el hombre está más “emancipado” que nunca, el deseo sigue siendo insatisfecho… No me equivoco si digo que en nuestros días gozamos de numerosas libertades exteriores pero muy poca libertad interior, la única que verdaderamente libera.
Si intentamos comprender el concepto de libertad, es evidente que para anhelarla previamente hemos tenido que sentirnos privados de ella. Solo aquél que se siente esclavo o anclado a algo quiere liberarse de eso que le ata. Pero, ¿qué es lo que nos ata? ¿qué es lo que no nos deja ser libres?
Impera en el mundo el pensamiento de que para emanciparnos y ser verdaderos hombres debemos sucumbir a los deseos de nuestras pasiones. Qué nadie nos diga lo que debemos hacer y mucho menos quién debemos ser. No valen las normas establecidas y la rebeldía contra lo establecido es la única garantía de libertad real. Vivimos enfadados con las normas y parece que solo es libre aquel que se atreve a romperlas a toda costa. “Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo” decía Goethe, me temo que nuestro tiempo es el tiempo de los “libres” esclavizados.
Nuestras generaciones se centran en la libertad exterior y la confunden con la interior, la que verdaderamente nos da paz. Se centran en la emancipación de lo que nos ata, que está según ellos fuera de uno mismo. No paran de luchar contra algo que supuestamente les quita paz y esclaviza y buscan ferozmente la posibilidad de huir para intentar liberarse de algo a lo que se sienten presos, que les impide ser libres. Predomina la idea de que lo que ha establecido el sistema está mal y que por eso no podemos ser libres. Y, sinceramente, veo que lo que ha sucedido ha sido que hemos perdido el sentido de la realidad probablemente por un mal análisis de raíz.
A pocos de los que luchan hoy en nombre de la libertad se les ocurre que igual el enfoque está mal puesto. Que igual deberíamos antes intentar identificar con acierto qué es aquello que esclaviza al hombre occidental en 2021. Pocos han escuchado hablar de Victor Frankl o de Bosco Gutierrez, o a mi buen amigo Jordi Sabaté Pons, grandes hombres liberados. Nos cuesta mucho comprender que cuánto más dependa nuestra sensación de libertad de las circunstancias de fuera de uno mismo, más evidente es que todavía no somos verdaderamente libres. Si alguno se atreviera a escarbar hacia dentro en lugar de denunciar hacia fuera, descubriría lo necesario para poder hacer un camino hacia la verdadera liberación, la que el hombre desde antaño a anhelado. Descubriría que lo que no le permite sentirse libre tiene más que ver con uno mismo que con lo que sucede alrededor. Si no arrojamos al vacío la realidad de las cosas, contemplamos que el corazón humano está bien hecho y que rigen en él una serie de verdades que reclama. Del mismo modo que descubrimos como verdad objetiva que 2+2 son 4, al indagar y comprender nuestro corazón descubrimos que hay unas verdades que son inseparables de la persona por mucho que nos empeñemos. 2 y 2 siempre serán 4 aunque nos empeñemos en decir que el resultado es 3 y medio. Si queremos lograr ser felices necesitaremos ordenar nuestra inteligencia y voluntad por encima de las demás pasiones y comprender las verdades establecidas en nuestro corazón. ¿Y cuáles son? Decía San Juan Pablo II “Solo la libertad que se somete a la Verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona humana consiste en estar en la Verdad y en realizar la Verdad”. Solo sabiendo las reglas del “Monopoly” podremos, con maña, ganar libremente y con disfrute el juego. Solo conociendo la verdad del castaño podremos, con destreza, coger y saborear las mejores castañas. Solo conociendo los anhelos del corazón humano podremos orientarnos hacia lo que este necesita. ¡Qué suerte la nuestra que el hombre es hombre desde hace miles de años y que su condición no muta! El primer hombre ya deseaba con fuerza la libertad y, sin embargo, no tenía ningún tipo de esclavitud o atadura impuesta por el sistema. ¿Qué era lo que le ataba en un inicio?
Debemos comprender que ya en un inicio nuestro corazón, nuestra naturaleza, está herida y prisionera y que por ende siempre va a necesitar sanación. Debemos comprender que la pasión es la loca de la casa si no va de la mano de una razón orientada a lo que anhelamos profundamente. ¿Qué anhela nuestro corazón? El bien, la verdad y el amor. Nos atrae mucho la libertad porque nuestra aspiración fundamental es la felicidad y, en el fondo, nuestro corazón sabe que la felicidad no es posible sin amor. Y, el amor es imposible sin libertad. Un amor con coacción no puede ser llamado amor. El amor sólo es posible entre personas que se poseen a sí mismas para entregarse al otro. Y nuestro corazón no está hecho para otra cosa que para amar y ser amado. Esta revelación es fruto del conocimiento del corazón humano que nos ofrece el haber nacido en nuestro tiempo. Sabemos por experiencia y por revelación que nuestra libertad quiere ser ordenada a la entrega, al compromiso en la entrega. Nuestro corazón es libre en la medida en la que es capaz de esclavizarse, de entregarse, de comprometerse, a un bien por amor. No se me ocurre nada más bello que la libertad usada en esa entrega total del yo. A la vista está la cruz de Cristo que, señalando los cuatro vientos, es el símbolo de los viajeros libres como bien indicaba Chesterton.
“¡Oh, libertad gran tesoro!
Porque no hay buena prisión,
aunque fuese en grillos de oro”.
Lope de Vega
Lope de Vega
Intentando aterrizar estas ideas… ¿Es libre el joven que consume pornografía cada noche para poderse ir a dormir relajado? ¿Es libre el que necesita café por la mañana o sino no despierta? ¿Es libre el deportista de élite que no va a entrenar por pereza tras haber salido de fiesta la noche anterior? ¿Es libre aquel al que cuando le molestan un poco salta y enfurece? ¿Es libre el joven que ve la última temporada de una serie en su ordenador mientras ve Tiktok en su móvil? ¿O el que decide quedarse durmiendo a pesar de que sabe que debe ir a clase? La libertad tiene que ver con el bien y por tanto con el comprometerse con ese bien. Elegir el bien para luego permanecer en él. Y el bien tiene que ver con la realidad, con las normas de juego que tenemos en nuestro corazón o que nos han sido reveladas y que nuestra inteligencia o razón puede acoger como buenas y atractivas. Tiene que ver con poder elegir y elegir vivir la verdad de las cosas. Tiene que ver son estar porque es lo bueno y no porque quiero. Parece que lo bueno ya no atrae, que lo bello ya no es bello y que el mal y el bien están difuminados. Puede parecer que todo está nublado y confuso pero lo cierto es que nuestro corazón humano sigue teniendo una brújula como la tenía el corazón de la persona que nació en el año 3 antes de Cristo.
Lo cierto es que el mundo nos vende la filosofía de vida más básica que ha habido siempre y que ya Horacio o Cicerón desmontaron. Está probado que quien piensa que es más libre por hacer lo que le da la gana, acaba siendo esclavo de la gana que es la peor de las dictaduras. Porque cuando la gana manda no se puede hacer nada más que lo que ella quiere. Si nuestras emociones, sentimientos, pasiones e instintos dominan nuestra inteligencia y voluntad, estaremos siendo esclavos de nosotros mismos. La persona que no se forma en una voluntad firme y decidida suele ser prisionera de sus deseos y antojos. Y los que logran dominar su inteligencia y voluntad deben hacerlo en pro de algo bello y valioso si verdaderamente quieren liberarse. El mundo propone numerosos modelos que seguir pero nuestro corazón sabe, en el fondo, donde está la verdadera belleza. La única que verdaderamente libera. “Solo la belleza puede liberar, porque solo ella puede conmover la libertad hacia el bien y provocar la verdad; solo la belleza salvará el mundo” defendía Dostoievski. Hay modelos de vida muy atractivos en su superficie que están muy lejos de saciar los deseos de libertad que esconde nuestro corazón. Hay que estar muy vivos para atreverse a revelarse, apostar y luchar por lo que de verdad merece la pena, para liberarse de las esclavitudes interiores por amor a un fin mayor. Como decía Chesterton en “El hombre Eterno”: “las cosas muertas pueden ser arrastradas por la corriente, sólo algo vivo puede ir contracorriente”.
Me atrevo a animarte, querido lector, a que no te dejes arrastrar por la corriente de las pasiones inferiores, merece la pena, merece la vida, usar la inteligencia para comprender lo que realmente anhelamos y usar la voluntad para permanecer en ese obrar con prudencia y justicia para darnos a nosotros mismos aquello que verdaderamente necesitamos: la auténtica belleza. No conozco a nadie verdaderamente libre que no se posea a sí mismo ni a nadie verdaderamente libre que no haya decidido apostar por la belleza de comprometerse y esclavizarse por amor. No conozco nada más bello que la libertad de Cristo en la cruz a quien el mundo, que se siente esclavo, ha dejado de mirar. Por eso en nuestro tiempo sufrimos la peor de las esclavitudes porque, por no querer ser esclavos de nada, acabamos siendo esclavos de nosotros mismos. Hemos dejado de buscar ser reflejo de la única esclavitud que libera: el amor.
Carla Restoy
Ponencia en el X Simposio de San Josemaría Escrivá en Jaén el 20 de noviembre de 2021
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