De cara a la pared o Cafarnaúm

"Si tuviera alguna opción, sería mejor persona" - Padre de Zain en la película Cafarnaúm

Antes de marcharme a Kenia no me había planteado mucho la cuestión de la pobreza. Estaba al corriente de su existencia y la condenaba pero nunca había despertado en mí demasiado interés, o al menos, no lo sufieciente como para implicarme de forma demasiado directa. Desde mi cómoda vida pensaba que era un tema del que se encargaban los gobiernos, los que tenían tiempo y dinero de sobra o los famosos para tener buena imagen. En muchas ocasiones tidaba los spots televisivos de organizaciones como Unicef o Unhcr de exageración para tocar la fibra y lograr fondos para mantener sus estructuras burocratizadas o películas sobre la pobreza de exageradas para lograr la lagrimita del espectador.

Sí que es cierto que en varias ocasiones, si me había venido bien de tiempo, me paraba a hablar con alguna persona que pedía dinero en la calle para hacerle un poco de compañía e incluso había llegado a comprar comida en alguna ocasión. También donaba regularmente a Ayuda en acción pero mi preocupación e implicaición, como he dicho, jamás había ido más allá.

Imaginad, pues, mi sorpresa al ver la realidad de primera mano. Mi sorpresa al darme cuenta de que la realidad superaba con creces la ficción. Mi sorpresa al ver que la miseria era más real y dolorosa de lo que podía haber visto en televisión o redes sociales.

Ver esa realidad generó una senación tan incomoda y chocante en mí que incluso de forma sutil  los primeros días decidía apartarme de ella. ¿Cómo? Lo tenía fácil: elegir fregar platos o lavar ropa antes de hacer algo que implicara mirar a los ojos a esos niños huérfanos y discapacitados con los que estaba en la casa de las Misioneras de la Caridad de Nairobi. De ese modo, estaba de cara a la pared, ajena a cualquier realidad que pudiera hacerme sufrir o incomodar más de lo que deseaba.

Ayer vi la película "Cafarnaúm" de la directora libanesa Nadine Labaki a la que algunos críticos del festival de cine de Cannes han acusado de ser "pornomiseria", de ser sensiblería fácil. Probablemente yo y mi poca empatía hubiera calificado así la película, si no fuera porque recientemente he visto una realidad muy similar de primera mano. Habiendo vivido esa realidad, lejos de parecerme la película calificable de "pornomiseria" o sensibileria fácil, me parece que es realidad, realidad que duele pues se trata de una historia hiperrealista e incluso quizá, en ocasiones, demasiado amable con la realidad. 


No voy a hacer una crítica de la película porque, a pesar de que me gusta mucho el cine, no soy una experta y no es el objetivo que me planteo en estas líneas. Pero sí voy a usar algunos aspectos, tan reales como la vida misma, que aparecen en la película para contar brevemente algunas ideas que me han venido a la cabeza recientemente, tras haber dejado de estar de cara a la pared.

El primer día, siendo tarde-noche, nuestro taxista nos alejó del centro de Nairobi y nos llevó a la casa de las Misioneras de la Caridad en el barrio Huruma. La casa está situada en un slum (un slum es un "bariro bajo"). Por las ventanas del coche iba viendo como nos íbamos adentrando en él, cada vez las calles estaban menos asfaltadas y había más baches. A los lados de las calles iban apareciendo cabañas de chapa con puestecitos donde vendían algún tipo de producto y edificios donde yo no hubiese entrado jamás. Todo ello rodeado de escombros y niños descalzos y sucios. Creo que nunca había visto tantos niños y que ninguno mostrara algo parecido a una sonrisa. Muchos de ellos iban en pandilla, otros, estaban solos tirados en el suelo y algunos de ellos tenían la boca llena de un líquido viscoso y blanco. Nuestro taxista, Charles, nos contó que ese líquido era pegamento, cola blanca, del que usaban los zapateros. Era lo más accesible que tenían para "alimentarse" y era su forma de no sufrir tanto. Adultos y niños drogándose en la calle ya que no tenían alternativa. 
Íbamos acercándonos más a nuestro destino, la casa de las Misioneras, y cada vez me parecía más extraño que no se percibiera ningún llanto o ningún grito exclamando injusticia, dolor o sufrimiento ante esa situación infrahumana. Veía  a través del cristal a inocentes en el infierno.
Cuando los niños de la calle, "street children", iban dándose cuenta de que eramos blancos los que estabamos en el interior del coche, empezaban a acercarse a la ventana para saludarnos a gritos de "wazungu" (hombres blancos en suahili). Y alguno de ellos, estando ya parados enfrente de nuestro destino, también nos gritaba: "¿do you think we are monkeys?" Se me estremeció el corazón al oir esas palabras. 

Estabamos ya en frente de una gran balla azul. Entramos, sin salir del coche, a un patio limpio y ordenado, con arbolitos podados y... wow... lo primero que pensé: un oasis en medio de todo ese caos. La casa de las Misioneras de la Caridad era como un trocito de Cielo.

Una sister, a la que no se le borraba la sonrisa de la cara, nos enseñó nuestra área, donde estaríamos los próximos días. Era un lugar colorido, lleno de niños y en él se respiraba amor. Todos los niños iban limpos y vestidos y todos ellos sonreían de oreja a oreja y aclamaban "¡sister!, ¡sister!" cuando veían entrar a esa monja que les llenaba de caricias y abrazos. 

La sister nos contó que todos esos niños de entre 3 y 8 años eran huérfanos. Algunos tenían enfermedades mentales, otros eran tetraplégicos o tenían algún tipo de dificultad en su movilidad. Todos ellos habían sido abandonados por sus padres por diversos motivos. Algunos de ellos, incluso, tenían clapas en la cabeza de haber recibido golpes por parte de ellos. 

Lo primero que hice al enterarme de esas historias: juzgar tremendamente a los padres. Se me pasó rápido cuando pensé lo lógico: esos niños, esos padres, habían nacido sin ningún tipo de opción, sin ningún tipo de amor: nadie había acudido a ofrecerles una alternativa. 

Tras algún tiempo de estar con ellos me dí cuenta de algo... muchos de los niños discapacitados parecía que estuvieran hechos solo para recibir amor porque se esforzaban duramente (sin éxito) por transmitirme algo como respuesta cuando les intentaba hacer reír pero en  todos los intentos, debido a su enfermedad mental, eran incapaces de dar. 
Esos niños, que habían sido acogidos en ese oasis de amor eran un duro contraste con los niños que habíamos visto en la calle. Esos "street children" ni si quiera tenían la oportunidad de recibir y por tanto, estaban totalmente incapacitados para dar.

De muchos de los niños que estaban con las sisters no se sabía su edad a ciencia cierta, porque nadie, ni siquiera sus padres, se habían podido tomar la molestia de inscribir su nacimiento en ningún sitio. 
Esa dura realidad se ve magistralmente reflejada en la película que vi ayer. Zain, el protagonista parece ser un fantasma social; un ser humano que solo existe para recibir los golpes de una existencia que discurre en el mayor de los abandonos. La película muestra en alguna ocasión la cruda realidad de que tener un papel que indique quién eres puede decidir tu vida, aunque los sentimientos y actos de compasión o ayuda son independientes de tu edad, tu condición o tu nacionalidad. Y eso, que es la base de lo que podría considerarse humanidad, es olvidado muchas veces por este mundo tan asquerosamente burocratizado.

Volviendo a Zain, este es un pobre niño que se esfuerza en comprender el mundo y la vida con la experiencia de sus pocos años. Creo que lo que más me dolió de la película, y también de mi experiencia al conocer ciertas historias en Kenia, fue contemplar la falta de amor más que la pobreza en sí. Puede parecer una locura pero voy a tratar de explicarme. 

Estando en Kenia me percaté de una realidad que nunca me había planteado: había un gran contraste entre las familias pobres y sin recursos pero que habían descubierto el amor y la esperanza, y las famílias pobres y sin recursos que vivían no solo en la miseria sino que sin amor y en la desesperanza. Al preguntar a un niño de una família pobre que vive sin esperanza y sin amor si es feliz, contesta que no. No entiende por qué está en este mundo si sus padres le pegan y no le dan de comer. Si la misma pregunta la repites a un niño de una família pobre pero que se sabe digno y amado a pesar de no tener comida, la respuesta a si es feliz es un rotundo sí. En ambos casos, las famílias reciben en alguna ocasión alimentos de organizaciones de ayuda humanitaria pero solo en el caso de la família donde hay amor ha recibido la mirada de alguien que le ha hecho sentir amado y digno de amor, que le ha transmitido ese amor, y que le ha permitido, automáticamente, amar y hacer sentir dignos de amor a los demás.

Cuando no tienes apenas nada que comer, ¿cómo vas a plantearte algo más allá? No se te pasa por la cabeza buscar esperanza o amor si no tienes nada para alimentar a tus hijos. La misión es sobrevivir, no amar; ni te lo planteas. Pero que diferente es esa "supervivencia" si alguien de fuera viene, y más allá de darte algo que comer, te muestra que existe el amor, que existe al esperanza y te hace redescubrirlo dentro de ti.

Que te hagan redescubrir esa realidad no cambia nada pero lo cambia todo. Creedme, lo he visto. He visto madres solteras que no tienen apenas nada con que alimentar a sus hijos pero que son capaces de mirarlos con ternura, que han aprendido lo que es amar y eso, no les dará un pescado que comer, pero les dará algo que es más poderoso, que es más incluso que enseñarles a pescar. Hablo de la esperanza que genera el sentirse amado.

He visto niños delgadísimos por no comer que les cambia la cara, sus ojos se iluminan y su sonrisa no les cabe en el rostro, cuando les dices: "nakupenda" (te quiero en suahili). Jugar con esos niños, cambiarles la mirada y que esté enfocada al amor les transforma, les cambia la vida. 

En la película, Zain, no ve amor ni afecto por parte de nadie pero él es consciente que está hecho para cosas más grandes, sabe que aspira a más. Zain se cabrea, y con razón, con sus padres. No entiende que puedan tener más hijos que estarán condenados a la miseria, la injusticia y la desesperanza desde su nacimiento. Por eso decide largarse lejos de allí en busca de un futuro mejor, en busca de amor.
Entre la realidades percibidas en la corta edad de Zain se encuentran los matrimonios concertados con menores de edad, la falta de escolarización, la explotación infantil, la violencia, las drogas, la trata de esclavos, las condiciones infrahumanas de vida… En la película se muestran esas verdades muy crueles mostradas al milímetro y que incomodan a muchas personas, que prefieren seguir cegadas ante lo que sucede, que prefieren seguir vivir de cara a la pared.

La primera vez que Zain ve amor es tras su huida de casa. Es en una madre, cristiana y etíope sin papeles, con su hijo bebé. Además, esa mujer, le acoge y le cuida y se quita de ella para darle al pequeño Zain. Le sorprende tanto ese generoso gesto que duda constantemente de sus intenciones. Solo se lo empieza a creer cuando se da cuenta de que él solito también es capaz de cuidar y amar a ese bebé. Zain se da cuenta de que puede amar porque ve, por primera vez en su vida a través de esa mujer, que existe el amor. 

Todos venimos a este mundo sin nada, desnudos. Todo nos es dado, regalado. Nosotros no elegimos nada en nuestros primeros años de vida que tanto nos condicionan. Todos somos inocentes y es un gran misterio que nos toque nacer en un sitio o en otro. No podemos controlar eso. Podemos nacer en un sitio donde seamos amados o en otro donde no lo seamos. Si no tenemos la dicha de ser amados, estamos perdidos. Y ahí es cuando digo que los que sí hemos sido amados debemos hacer algo por los que no han tenido la dicha de nacer en una família que les haga sentir como merecen: dignos de amor. Porque solo el amor te da tu verdadera identidad y te otorga libertad.

Todos podemos decidir entre ser indiferentes o no serlo y actuar. Creo que es muy cómoda la posición de juzgar al sistema capitalista como el principal problema. Y, aunque critico duramente la deriva de dicha doctrina económica, no creo que el problema esté tanto en el “sistema” como en la verdad de que vivimos acomplejdos pensando que lo que podamos hacer no será relevante como para poder cambiar lo que está mal en el mundo.

El padre de Zain, al final de la película dice con firmeza: "si tuviera alguna opción, seria mejor persona". Zain, al final de la película, cansado y abatido por los duros golpes que le ha dado la vida a su corta edad dice también con firmeza: "yo esperaba ser un buen hombre, respetado y amado pero ese no es el destino que Dios quiere para mi." Ahí lo tenemos. Muchos les habrán dado pan y comida pero nadie les ha dado otra opción que seguir vivendo en la miseria y en la desesperanza. Nadie les ha anunciado que están hechos para amar y ser amados y que si logran eso, aun con escasez de comida, tendrán el motor principal, la fuerza principal para salir adelante, podrán tener esperanza, podrán hacer de ese infierno un trocito de Cielo.

En el mundo hay mal, hay dolor, hay sufirmiento, es una realidad, podemos intentar vivir de cara a la pared pero eso seguirá estando allí, seguira siendo real y si lo vemos de reojo seguirá siendo incómodo. Lo que también es real es que el amor, y solo el amor, tiene esa poderosa fuerza transformadora que hace ampliar la mirada y ver esperanza donde parece no haberla. De eso los cristianos sabemos mucho, o deberíamos saber mucho, ¿qué sentido tiene quedarnos eso para nosotros? Miles y miles de personas necesitan que les anunciemos la existencia de esa mirada transformadora. Dios extrae bienes de los males (que son un misterio) y, por encima de todo, siempre hará brillar Su justicia. Una justicia de la que vivimos misteriosamente sedientos y que anhelamos a pesar de tener la conciencia de que la grandeza del término no se verá  reflejada en nuestra vida terrena.

Cafarnaúm es el nombre elegido como título de la película y un título así me parece más que relevante. Cafarnaúm era un antiguo poblado pesquero ubicado en Galilea, en Israel, a orillas del mar de Galilea. Es conocida por los cristianos como "la ciudad de Jesús"; nombrada en el Nuevo Testamento. Fue uno de los lugares elegidos por Jesús de Nazareth para transmitir su mensaje y realizar algunos de sus milagros. En Cafarnaúm, pues, hubo Vida, se transmitió la Vida por quien tenía Vida. Se transitió la Vida Nueva, la Vida Transformadora: el Amor.  

La casa de las Misioneras de la Caridad en Huruma era un pequeño osasis de amor, era el Cielo en la tierra porque una soñadora decidió acoger el encargo, dicidió no ser indiferente, decidió que el mar seria menos sin una pequeña gota. Pensó que lo que era injusto no era el dolor o el sufrimiento en si, sino que lo verdaderamente injusto era ser consciente de él y no actuar para paliarlo. Eso era lo realmente dolororso, eso es lo realmente doloroso: la falta de amor en el corazón humano más que la pobreza en si. Ella se puso en marcha, se supo portadora de la justicia y de la misericordía de Dios, se espaviló para revolucionar su realidad, para transofrmarla por el Amor y encarnándose en Él. Hizo lo que Cristo hace de hecho: poner amor aunque duela. Amar sin medida. Esa  pequeña mujer albanesa se hizo protagonista de la situación y puso amor donde no había amor para sacar amor. Y lo logró. 

El amor no solo importa sino que es lo único que importa. Y no el amor como “sentimiento” sino como deber.

El mal existe y es un misterio, y por mucho que se pueda teorizar sobre él, la realidad es la que es y por ahora parece que no va a cambiar. Así que lo que está en las manos de los que hemos nacido en condiciones dignas, más que buscar culpables, es levantarnos de nuestra cómoda posición y ponernos a andar. Girarnos y mirar la realidad cara a cara, dejar de estar de cara a la pared. Porque sí, al principio incomoda, pero es nuestro deber. Y os puedo asegurar que jamás he recibido mayor regalo que la sincera sonrisa de Daniel o de Joy al decirles: "nakupenda". No hay recompensa mayor que ser amados en grandeza en relación con lo poco que tú has dado. Y ver que lo poco que tú has dado, que la pequeña semillita de amor que has podido dar, ya lo es todo para ellos poque les ha transformado la mirada y el corazón, porque el sentirse amados se saben también fuertes y esperanzados y, casi sin quererlos, les ha dado Vida Nueva.

Desde mi estancia en Kenia no hay día que no piense en Joy, en Daniel o en Viola. Frecuentemente pienso en ese niño al que le cogió un ataque de epilépsia mientras le tenía en brazos, o en aquella otra pobrecita que me vomitaba encima cuando le daba de comer... y me viene a la cabeza la idea de injusticia... pero luego recuerdo a Sister Oria entrando en la sala, y la revolución que se generaba cuando ella entraba, y la ternura que daba a cada uno de los niños y se me va esa idea de la cabeza, y empiezo a ver justicia porque veo entrega generosa, porque veo amor. Y me alegra saber que Joy, Daniel y Viola están siendo cuidados, recibiendo el amor que merecen y me anima a pensar que poco a poco esto se irá expandiendo y habrá más amor y más trocitos de Cielo en la tierra. Solo tenemos que despertar, salir un poco de nosotros y ponernos en marcha. Encarnar el Amor en mayúsculas. Salir del armario y ser luz, ser sal de verdad. Allí donde hagamos falta, allí donde no haya ni amor ni esperanza. Que haya justicia en la situaciones que se me presentan porque se me han confiado depende de mí. Cojamos las riendas. Seamos protagonistas. Recuperemos Cafarnaúm, la Ciudad de Jesús. 

Carla Restoy





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