Y sonriendo, se marcha...

Estos días, o mejor dicho, estas noches, al mirarla, pensaba:
Empiezas el año marchándote con una sonrisa para dar importancia a las estrellas y que alumbren todas ellas el camino de Belén.
Donde esperarás a quienes las sigan, acompañada y agradecida, con el mayor regalo.
Ojalá algunos perciban tu pérdida al mirar al cielo y sepan dejarse guiar por esas estrellas que les llevaran a un lugar chiquito donde está un niño al que le pueden regalar todo. 
Aunque sea viejo, gastado, sin envolver y vergonzoso. Aunque no alumbre como el oro, aunque huela más fuerte que el incienso o su sabor sea más intenso que el de la mirra.
Él lo recibirá alegre, se quedará esos regalos, e invitará a quedarse, a tumbarse junto a Él, a los más generosos. 
Para que así puedan tener la paz de haber dejado los pesados regalos en las chiquitas manos de un niño que es Dios. Él se encarga.

La otra noche cogí el coche de mi madre y me fui al Mirador de Sarrià. Veía la luna encima de Barcelona. Era día 1, de hecho. Y casi podía ver encima de la luna a María. 

Pero esta vez, no subida encima de ella, triunfante y vigilando Barcelona. 
La veía sentada, con una sonrisa de complicidad, agradecida. 
Como una madre, sentada en el banco de un parque, mira a sus hijos al verles jugar. Estaba tranquila, sabía que su hijo estaba allí y que jugaba con nosotros. 
Sabe que estamos protegidos. 
Casi pude ver como me guiñaba el ojo.
Estando embobada en el capó de mi coche, viendo la luna alumbrar Barcelona, escuché un: “Carla!!”. Eran dos amigos así que me despedí de la luna y tras darles explicaciones de porque estaba allí sola, también me despedí de ellos.

No me pude despedir de la luna en realidad, me acompañó hasta casa. En ese trayecto hice sonar en bucle Boig per tú de Sau. 
Me di cuenta de que hacía tiempo que no llevaba una pulsera que hizo hacer mi madre tras haber conversado con ella en una noche donde la luna menguaba. Esa pulsera es la luna menguante, o una C de Carla, o una U, o una sonrisa, o una cuna. 
Todo depende de la mirada que ponga al verla. 
Sea lo que sea, veo a mis dos madres en ella y me encanta. 
Al llegar a casa la busqué y me la puse y no me la voy a quitar, por lo menos, hasta que la luna vuelva con otra sonrisa de verdad.



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