Vidrios de colores

La capilla del monasterio tenia una forma que nunca antes había visto en una capilla. Dos accesos. Uno en frente del otro. Escalinatas a banda y banda que bajaban hacia el altar, hacia el Sagrario. Quedaba rodeado por un abrazo de sillas y bancos que culminaban con una gran imagen de la Cruz.
Esa zona central quedaba iluminada por unos preciosos vitrales en el techo. Dejaban pasar la luz ofreciendo unos bellos colores y formando un mosaico centrado en una esfera amarilla que recordaba al sol. 
Cada pequeño vitral era esencial para esa imagen tan bella. Cada vidrio de color aportaba su matíz, su esencia y hacia relucir más a los demás. Cada vitral era distinto y juntos eran un espectáculo de color y de vida.

Pasé largos ratos allí. En la capilla. Intentando escucharle, intentando entenderle, intentando amarle más. 
No podía dejar de mirar hacia arriba. Esa belleza me cautivaba. Ese mosaico, esos vitrales, me transmitían algo realmente bello y que fue, para mi, revelador:
Debemos ser como vitrales, debemos dejar entrar la luz del Señor a través nuestro y dar color al mundo.
Pero, hemos de recordar que un vidrio de color solo, sólo es un foco de un color. Es bello, ilumina y llama la atención. Es maravilloso. 
Pero, que espectáculo para la vista y para el alma cuando ese vidrio de color se da de la mano con otros para crear un mosaico dispuesto a derramar una belleza que asombra.
La gran belleza nace al ir acompañados de otros cristales, de otros colores, que también irradien esta luz del Señor para mostrar al mundo la preciosidad de la creación. La preciosidad de su luz. La preciosidad de la unión de diferentes colores. La preciosidad de la Iglesia.
Es esa precisamente la belleza que atrapa de la Iglesia a quiénes la descubren por primera vez. La belleza de admirar como los vidrios de colores de diferentes tamaños, formas, tonalidades, transparencias,... se dejan iluminar por Él para hacer llegar destellos de belleza al mundo. Destellos que juntos crean armónicas imágenes que conmueven hasta el más duro de los corazones.
Que sea como un pequeño vidrio de color en el gran mosaico que es la Vida.

Solos llegamos antes, pero juntos llegamos más lejos, llegamos a lo más íntimo del corazón.



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