La ciencia y la vida
El otro día, un buen amigo mío, estudiante de medicina, quiso compartir conmigo un comentario de texto que hizo hace dos años para la asignatura “Relación médico-paciente”.
El comentario de texto es una reflexión sobre los dos últimos capitulos de un libro llamado “La ciencia y la vida”.
Agradecí mucho el haber querido compartir conmigo su texto porque, además, me gustó mucho. Por ello, le pedí permiso para compartirlo.
El texto es el siguiente:
Antes de la reflexión, voy a presentarme. Soy Ignacio, un joven de 20 años que ha recibido tanto en su casa como en su colegio una educación basada en la tradición católica, pero que no se ha encontrado con Dios hasta hace relativamente poco. Este encuentro con Él ha hecho que creciera tanto mi fe que ahora tengo coraje suficiente para defenderla, pero no agresiva ni destructivamente, sino argumentativamente. La primera parte de la reflexión es más teológica, respondiendo al autor del libro, y la segunda parte de la reflexión es más deontológica de la profesión médica, así que animo a no dejar de leer aunque no se compartan la mayoría de argumentos que expongo en la primera parte.
Dicho esto, empiezo con la reflexión del texto. Es muy cierto que ahora la gente ya no muere en casa, sino en los hospitales, y que a los niños se les priva de la experiencia de ver morir a un ser querido, ya sea un familiar, ya sea una mascota. Esto genera en mí una cierta tristeza ya que, como se dice en el libro, la muerte no sólo forma parte de la vida, sino que además es la culminación de ésta ya que, en mi opinión, es la puerta para lo que te has estado preparando: la vida eterna. Sí, sé que suena anticuado, pero, ¿cuál sería el sentido de nuestra existencia aquí? ¿Por qué nacemos? ¿Por qué morimos? No quiero pensar que soy fruto de un azar caprichoso que ha querido que existiéramos porque sí para luego morir, ni tampoco que Dios (o una fuerza superior) nos crea para que vivamos unos años (segundos en su tiempo) y luego muramos sin dejar ni rastro. Yo creo que Dios nos hace vivir para prepararnos para su gran plan: la vida eterna. Sin la vida efímera y mundana que conocemos no podemos llegar al mayor premio de todos.
Pero en esta vida no está todo escrito, no somos una obra de teatro de la cual Dios es el escritor, no. Dios nos quiere tanto que nos hace libres, nos da la oportunidad de poder obrar como queramos, de poder decidir qué hacer con nuestras vidas. Nos permite, incluso, poder llegar a renegar de Él, poder llegar a odiarlo y repudiarlo. Este hecho contesta a los argumentos de la última página, que defienden que Dios no juzga porque no puede culparte por hacer lo que haces, ya que eres su creación, y si obras mal es porque estás mal hecho (es su culpa). Es cierto, eres su creación, pero eres totalmente libre de hacer lo que quieras, y si decides obrar mal, sí puede culparte. Pero Él no quiere condenarte, Él quiere perdonarte. Yo no creo en un Dios vengador y condenador, yo creo en un Dios compasivo y misericordioso, que te perdona si se lo pides arrepentido. Y ése, para mí, es el Dios del Vaticano, a pesar de que el autor del libro afirma de que no. Me lo hacen pensar las homilías del Santo Padre, el Papa Francisco, me lo hace pensar el hecho de que los dos años anteriores fueron los años de la Misericordia, me lo hacen pensar los diarios de Santa Faustina Kowalska.
En cuanto a “los sacerdotes inculcan sentimientos de culpa en los niños”, tengo que decir que tiene parte de razón. Para mí, la culpa es necesaria para el arrepentimiento. ¿Alguna vez te has arrepentido de algo sin tener sentimiento de culpa? Lo más probable es que no. Se necesita ese sentimiento de culpa para poder arrepentirte, no para martirizar.
El texto dice que muchas personas confiesan ciertas cosas antes de morir, ya que así “se mueren en paz”. Estas personas no tienen que ser necesariamente creyentes, ni aún menos católicas (extremaunción) para tener esta necesidad de confesar aquello que te come por dentro. Esto me hace pensar en que el ser humano tiene algo dentro de sí que le hace pensar que le espera algo después de la muerte, y que es posible que lo que haya hecho durante su vida puede condicionar lo que le espera (ya lo pensaban los egipcios con el juicio de Osiris). Es muy importante que los médicos sean conscientes de estas creencias de la gente, porque la asistencia espiritual en los últimos momentos de vida de alguien es sumamente importante para esta persona y, aunque el médico no lo comparta ni lo entienda, debe respetarlo.
El autor del libro dice no entender a los que se oponen a la eutanasia. Debo decir que, para mí, la eutanasia es interrumpir de forma artificial la vida de una tercera persona. Y esta misma definición la comparto con la palabra “matar”. Sí, alguien podría pensar que soy demagogo, pero creo que eutanasia es el eufemismo de asesinato. Yo quiero llegar a ser médico para ayudar a la gente a mejorar su salud y su vida, pero nunca para acabar con ella. Está claro que hay que evitar cualquier sufrimiento innecesario, pero eso se llama “cuidados paliativos” y no tienen como finalidad la muerte del paciente, sino hacer más digno y llevadero el paso hacia la muerte. Yo nunca como médico ni como persona voy a actuar de tal forma que acabe con la vida de una persona de forma deliberada. En el libro se expone la idea de que debe evitarse a toda costa el sufrimiento innecesario y los gastos económicos de mantener un paciente aparentemente sin posibilidad de mejora. Pero no me entra en la cabeza cómo alguien puede pensar acabar con la vida de alguien porque supone un gasto económico. ¿Acaso no tiene la vida un valor mucho más alto que cualquier valor económico?
Estoy de acuerdo con el texto en que hay que explicar muy bien el diagnóstico y ser muy prudente con el pronóstico, ya que es muy variable. Poniéndonos en el caso del paciente con un tumor en la arteria pulmonar, imaginemos que, al escuchar el pronóstico de que moriría en 7 días, hubiera decidido aplicarse (si se dice así) la eutanasia. El médico habría matado a esta persona y no habría vivido todas las experiencias que ha podido vivir en esos siete años “de más” que lleva viviendo.
Esta reflexión la he tenido en mi cabeza mientras leía el libro, y he intentado escribirla lo mejor que he podido. Todo lo que he dicho es según mi punto de vista, opinión y credo, y lo último que quiero es que parezca un discurso estudiado, demagogo y altivo. Cada uno es libre de pensar lo que quiera y como quiera y no he querido en ningún momento desacreditar lo que dice el autor del libro, sino simplemente argumentar lo que no comparto con él. Como el libro dice, “no es admisible que las creencias de uno se impongan sobre las de otros”.
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