Amar sin sentir, eso sí es amar
La dignidad humana como medida de igualdad
Hay varios modos de organizar la sociedad de manera justa.
Imaginemos un supuesto donde se pretende poder llegar a un acuerdo sobre temas humanos con personas de varias nacionalidades y culturas (como por ejemplo, la ONU). Claro está que la primera verdad moral en la que nos tendríamos que poner todos de acuerdo, para hacer la primera supuesta ley, sería la verdad de que todos los reunidos somos iguales. A demás, deberíamos definir el porque consideramos que somos todos iguales.
El hecho de ser de la misma naturaleza humana, de por si, no nos hace merecedores de respeto, pero el hecho de ser iguales sí que nos hace merecedores de ese respeto incondicional. Todas las personas somos iguales en tanto que todos tenemos la misma dignidad.
Aristóteles defendía la dignidad humana y la naturaleza humana cometiendo el error de confundir la idea de dignidad y la idea de razón. Aristóteles defendía, en cierto modo, la esclavitud (“quienes no tienen razón no son merecedores de dignidad”).
La palabra dignidad viene del latín Dignitas de dignus que significa ser merecedor de algo.
La dignidad humana es el derecho que tiene cada ser humano, de ser respetado y valorado como ser individual y social, con sus características y condiciones particulares, por el solo hecho de ser persona.
La civilización grecorromana reposaba consecuentemente sobre la idea de la selección y ésta reposaba a su vez sobre el principio de que tanto los hombres como los pueblos eran desiguales en cuanto a su ser moral. La llegada del cristianismo supuso romper las bases mismas de la estructura aristocrática de la civilización antigua, con la doctrina según la cual todos los hombres son iguales al ser hijos de un mismo Dios. Es decir, el cristianismo redefine el concepto alegando que la dignidad implica que todos hemos de ser amados por nosotros mismos.
El liberalismo capitalista se basa en la idea individualista de “cómo puedo disponer de los bienes de la tierra y de las personas para sacar, yo, el mejor provecho personal sin pensar en hacer el bien al demás”. Por ello hoy en día frecuentemente nos sentimos utilizados por la mentalidad de “no me importas como persona si no que me importa lo que puedo sacar de ti”. Un mundo dónde no me importas tú realmente es un mundo donde no se valoran las personas por su mera condición de ser persona. Y, en ocasiones, perdemos el norte por esta visión “egoísta” del mundo que nos rodea al no tener en cuenta que las personas, a diferencia de los animales, tenemos la capacidad de darnos cuenta de quien es el prójimo, de sus necesidades y de su valor por el sencillo hecho de existir. En ocasiones, se nos olvida que el hombre, a diferencia del animal, es capaz de contemplar, es capaz de tratar a los demás como a si mismo y es capaz de amar a otra persona por el hecho de ser persona.
El amor pleno: Eros, Filia y Ágape
Lo que hace feliz al hombre de acuerdo con su naturaleza es amar y ser amado.
Una persona egoísta, que no ama, podrá lograr tener pequeñas satisfacciones a lo largo de su vida pero jamás conocerá la verdadera felicidad ya que la verdadera felicidad reside en amar y ser amado. Por lo tanto una vida lograda será a la vez que aquellos a los que amo, me amen también y me lo demuestren.
El amor con una pareja se comprende de tres tipos de amores. Si todos ellos están, el amor será puro y real y nos hará felices.
- - Eros: Deseo, quiero estar cerca de ti.
- Filia: De amistad (unión de corazones): Por ejemplo, cuando has tenido un mal día y viene una amigo y se pone al lado y te acompaña o cuando a un amigo le cuentas una buena noticia y se alegra por ti y es una gran celebración. Alegrarse con el otro, compartir con el otro. Realmente, se disfruta diez veces más compartiendo. Gozar con el bien del otro y compartir la tristeza con el otro es siempre mucho mejor. Para lograr este amor han de haber intereses comunes entre las partes. - - Ágape: De entrega, “realmente quiero tu bien y tu felicidad”. Estar dispuesto a perder yo para que tú ganes. Si esto no existe es un amor egoísta.
La entrega “ágape” sin el deseo “eros” humilla (por ejemplo, un marido que le dice a su mujer “no te quiero acompañar a comprar pero como me lo pides tú lo hago, pero que sepas que no me hace ninguna ilusión”, eso humilla a la mujer). Pero el deseo “eros” sin la entrega “ágape” es puro egoísmo.
Ante esta idea de amor pleno se sostiene la idea de que si no hay amistad en el matrimonio a la larga, a los 50 años por ejemplo, el matrimonio se romperá ya que la partes no se han hecho la una a la otra y no compartirán intereses ni aficiones, se aburrirán y será una solución fácil cambiar a la pareja por otra que me tenga más entretenido.
Los que “luchan” en una relación sabiendo que tienen una puerta abierta de salida, sabiendo que hay la opción de divorcio, se irán y romperán su “compromiso” cuando vean que luchar por lo que han construido no les compensa. Y entonces, si reflexionamos al respecto, realmente la pareja que decide romperlo ¿qué ha dado? Absolutamente nada: ha prestado unos años de su vida mientras ha pensado que el otro ha sido digno de amar, y en el momento en el que ha visto que no le compensa el esfuerzo, se ha largado. Por eso, en el amor o es un amor fiel, sin condiciones e incondicional o no es amor real, no se ha amado a la otra persona por ella misma. Ya que, si el amor es verdadero no puede tener la palabra de uso.
Puesto que el amor pleno requiere el deseo “eros”, la amistad “filia” y la entrega “ágape”, en definitiva, el querer el bien de la otra persona. Ese es el amor que realmente hace feliz. El amor es real cuando se dice: “vales tanto que no quiero perderte, que entrego mi vida a ti y me comprometo públicamente para que la sociedad me recuerde y no pierda nunca de vista que siempre te querré por ti mismo/a”.
Si el amor y el compromiso no se custodian con un amor para siempre y públicamente es imposible sentirse seguro para siempre. Y, a la larga, el único neutralizador real de los problemas de pareja es el: “yo te quiero por ti mismo/a”. Si alguien no te dice “yo te quiero a ti para siempre” no es realmente amor. Cuando uno no sabe amar de verdad por mucho que les pueda parecer divertida la situación de pareja durante un tiempo, finalmente se sufre. En el amor solo amas cuando el otro de verdad se siente importante ante tu mirada, cuando se juntan la espiritualidad del cuidado, del consuelo y del estimulo. Y, por supuesto amar significa un esfuerzo. Un esfuerzo de cuidar al otro, de mirar por su bien, de que sienta que puede contar conmigo, cada día. Que nunca se sienta solo/a a nuestro lado.
El amor es al final, fidelidad. Es el decir: “a pesar de que yo pueda tener un mal día hoy, y pueda estar antipático/a, jamás haré nada que pueda dañarte porqué todo lo que quiero es tu bien”.
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